Que el homenaje a la mujer luchadora sea permanente y no apenas un día
César A. Luque F.
8/03/11
Hoy que las mujeres son más polifacéticas que nunca, que hacen una labor doble, un trabajo productivo y otro reproductivo, justifican no solamente un homenaje, sino un reconocimiento permanente como trabajadoras, estudiantes, profesionales, sindicalistas, madres, hijas, hermanas, amigas, compañeras, educadoras, emprendedoras y mil cosas más. Por el Día Internacional de la Mujer rememoro el nacimiento de la conmemoración, no como algo banal o comercial, sino como el justo reconocimiento por su lucha diaria, destacando a muchas que en nombre de millones participaron de nuestra independencia.
La primera vez que se conmemoró el Día Internacional de la Mujer fue el 19 de marzo de 1911 (hace 100 años) en Europa, cuando más de un millón de mujeres pidieron los derechos al voto, a ocupar cargos públicos, a la formación profesional y al trabajo sin discriminación por ser mujeres. Después ese día pasó a ser conmemorado, no celebrado, los 8 de marzo, como una forma de recordar que el 25 de marzo de 1911 fueron asesinadas más de cien mujeres en la fábrica “Triangle Shirtwaist Company” de Nueva York, cuando el dueño las encerró en sus instalaciones y les prendió fuego. Esa lucha la debemos recordar, luchando contra la discriminación a que a diario son sometidas millones de mujeres en diferentes partes del mundo, entre ellas Colombia.
A Clara Zetkin se le debe la conmemoración. Fue ella quien propuso en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas en Copenhague establecer el 8 de marzo como una jornada de lucha por los derechos de la mujer.
Hoy, se hace necesario recordar el papel transcendental de la mujer en las luchas sociales, lista de luchas que es imposible hacer, por su bastedad. Así ellas fueron las que impulsaron la creación de muchos de los primeros sindicatos en Inglaterra y luego en Francia en 1830, buscando condiciones de trabajo dignas y justas, como lo hizo en Colombia “La flor del trabajo” María Cano en la década de 1920, cuando participó en la creación del Partido Socialista Revolucionario y la de muchos sindicatos, después que en Rusia las mujeres se levantaron en 1917 para protestar por la muerte en la I Guerra Mundial de más de 2 millones de soldados, bajo el lema “pan y paz”, contribuyendo de manera importante a la Revolución.
Pero además fueron muchas las mujeres que participaron en nuestro proceso de independencia, algunas de ellas a las que les rinde homenaje el escritor, columnista e historiador, Enrique Santos Molano es su más reciente libro, Mujeres Libertarias, las policarpas de la independencia. En esa obra se resalta la tarea no sólo de las tradicionales heroínas nacionales Manuela Beltrán, Policarpa Salavarrieta y Antonia Santos, sino de muchas más.
El autor destaca el valor de Ana María Arguello madre del líder comunero José Antonio Galán, vilmente asesinado y descuartizado en 1782, un día después que hubiera muerto su madre por las torturas a las que la sometieron. Pero también tuvo un valor excepcional la esposa del comunero, Toribia Verdugo, compañera y cómplice que estuvo con él hasta su muerte. No menos valiente fue en Chiquinquirá La Negra Magdalena que siguiendo el ejemplo de Manuela Beltrán en El Socorro, el 30 de marzo de 1781 exhortó a quienes estaban en el mercado para levantarse contra el gobierno español.
A las anteriores se suma la lucha tesonera que dio Margarita Ortega, la esposa, confidente, cómplice y protectora de Antonio Nariño, sin lugar a dudas, el hombre más importante de nuestra historia, mujer que muchos ignorantes han vilipendiado, como los realizadores de la telenovela que por estos días pasan en la tv, buscando hacer dinero sobre la dignidad de una mujer intachable, luchadora, que aportó de manera importante al movimiento independentista, como lo hicieron sus hermanos, todos participes de la conspiración contra el gobierno español, así como sus amigas Bárbara Forero y Rafaela Isazi, la primera, amante del primer gran economista granadino Pedro Fermín Vargas, amor por el que padeció los rigores de la cárcel, así como por haber participado en un plan para atacar a los españoles, y la segunda, esposa de José María Lozano, conspirador permanente junto a su padre el marqués de San Jorge. Ellas fueron las mujeres que en la Biblioteca de Santafé dirigida por Don Manuel del Socorro Rodríguez leían libros a los que otros no tenían acceso, pero no solamente leían, sino que ponían en práctica lo que aprendían, cuando conspiraban y encubrían a través de una red de comunicaciones a quienes lideraban el movimiento intelectual que serviría de base para la independencia, todo desde la Tertulia del Buen Gusto.
Pasada la Patria Boba (1810 – 1816) apareció Gregoria Apolinaria Salavarrieta, la Pola, quien se convirtió en auxiliadora de las guerrillas de los Almeida y de La Niebla de Juan José Neira, al espiar para los patriotas, sirviendo de enlace entre las guerrillas y el ejército de los Llanos. Su labor la hizo al lado de Bibiano su hermano, los que fueron detenidos tras la confesión que hiciera el preso conspirador Alejo Savaraín, bajo la tortura, quien no era novio de la Pola, como divulga la telenovela. Él era novio de María Ignacia Valencia Caicedo, con quien estaba comprometido cuando fue fusilado con la Pola, lo que sumió a Ignacia en la tristeza, muriendo días después. Un testigo de esos hechos que luego los plasmó en sus Memorias, redactadas en Roma en 1839, fue el luego presidente de la Nueva Granada, José Hilario López (1849 – 1853).
Claro que ellas no fueron las únicas que participaron en la gesta libertadora, ya que fueron miles. Su recuerdo apenas es una precaria forma de reconocer la valía del trabajo revolucionario de la mujer, espíritu que hoy cultivan millones de ellas desde diferentes ámbitos, la casa, el trabajo, el campo educativo, etc.
Hoy que existen tantos enemigos de los derechos de las mujeres, como el procurador Alejandro Ordóñez, el presidente conservador José Darío Salazar o el monseñor Juan Vicente Córdoba, se hace más necesario oír a las mujeres, ya que su talento sin lugar a dudas nos permitirá mejorar el mundo.
Como dice el proverbio chino, que le oí al senador Jorge Robledo, las mujeres sostienen la mitad del cielo, hecho que ocultan muchos, siendo nuestro deber terminar para siempre con cualquier forma de discriminación contra la mujer.